Del jugador al director: del azar a la extrapolación
La falacia del jugador es simple: creer que los resultados pasados alteran las probabilidades futuras. Un apostador piensa que después de tres caras seguidas el próximo lanzamiento será sello, o que un goleador que marcó tres tantos tiene más probabilidad de anotar un cuarto. En ambos casos se confunde azar con destino.
En finanzas corporativas, este sesgo muta en extrapolación. El directorio asume que lo que funcionó en el pasado inmediato seguirá funcionando mañana: la acción que subió cinco jornadas lo hará una sexta, la empresa que creció un trimestre crecerá igual en el próximo, el ROE alto se repetirá como si fuera regla. Se convierte una tendencia coyuntural en una verdad estructural.
Cuando el directorio cae en esta trampa, deja de escuchar advertencias y reflexiones críticas. Se aprueban expansiones basadas en ventas recientes sin preguntarse si el fondo de maniobra y la caja futura pueden sostenerlas. Se descarta toda voz que cuestione la narrativa de continuidad, y el directorio se convierte en un coro de autoengaño.
Implicaciones en inversiones y deuda
Cuando la extrapolación invade al directorio, las inversiones se aprueban sin disciplina metodológica. Se confunde crecimiento coyuntural con mercado estructural, y se asignan capitales a proyectos que no pueden sostener el ciclo operativo. En ese error, el fondo de maniobra se quiebra mientras las proyecciones siguen mostrando supuestas curvas ascendentes.
La deuda es otro terreno donde este sesgo golpea con fuerza. Al ver ventas en alza, los directores avalan endeudamientos crecientes bajo la premisa de que los flujos futuros los cubrirán sin dificultad. Se interpreta la “racha” de ingresos como garantía de pago, cuando en realidad puede tratarse de un punto alto en el ciclo. Ese optimismo infundado alimenta desequilibrios financieros que más tarde resultan irreversibles.
El espejismo contable del ROE refuerza el error. Un retorno elevado lleva al directorio a creer que la empresa está creando valor, cuando lo que realmente ocurre es una redistribución de riesgo hacia el accionista. La caja se resiente mientras la planilla exhibe un número brillante.
Riesgo de información: compensaciones y dividendos
El sesgo de extrapolación también distorsiona la política de compensaciones. Directores y comités remuneran a los ejecutivos sobre la base de resultados recientes, convencidos de que reflejan un desempeño sostenible. Esa decisión premia la coyuntura y desincentiva la reflexión sobre la estructura de largo plazo. Se pagan bonos sobre espejismos.
En el caso de dividendos, la ilusión se vuelve más peligrosa. Se reparten utilidades como si fueran flujos permanentes, debilitando el fondo de maniobra que sostiene el ciclo de conversión del efectivo. Lo que se entrega al accionista es, en realidad, capital de trabajo estructural financiado con recursos permanentes. Se destruye liquidez estructural para confirmar una narrativa de éxito.
El problema no es solo contable. Es un problema de enfoque: entre una visión contable que mide saldos y una visión estratégico-financiera que gobierna la caja y la arquitectura del capital.
La dificultad de encontrar un ejecutivo lúcido
El sesgo no solo afecta decisiones financieras. También distorsiona la selección de altos ejecutivos. Se valora al candidato cuya trayectoria reciente luce brillante, como si los éxitos pasados fueran garantía de futuro. Se confunde “estar en racha” con tener criterio, disciplina y visión estructural.
Este error es letal, porque un ejecutivo elegido bajo este filtro llega con la expectativa de repetir éxitos inmediatos, no con la disposición de gobernar con reglas de largo plazo. El directorio cae en la trampa de premiar la narrativa de continuidad en vez de buscar la capacidad de gobernar el capital con sobriedad.
En la vida real, el mejor ejecutivo no es el que exhibe una curva ascendente reciente, sino el que entiende que los ciclos existen y que gobernar el capital requiere anticipar desequilibrios. Pero bajo el sesgo de extrapolación, esos perfiles suelen ser descartados por “cautelosos” o “poco ambiciosos”.
Conclusión: la ilusión que erosiona el gobierno financiero
El sesgo del jugador y su versión financiera —la extrapolación— no son meras curiosidades psicológicas. Son errores de juicio que, cuando se instalan en un directorio, se convierten en detonantes de malas decisiones de inversión, deuda, compensaciones y dividendos. Lo que se celebra como continuidad es, en verdad, una tendencia pasajera convertida en dogma. El costo se paga en liquidez, en equilibrio financiero y en destrucción del valor del dueño.
El problema no es solo contable. Es un problema de enfoque: de un lado, una visión contable que mide saldos y celebra curvas ascendentes; del otro, una visión estratégico-financiera que gobierna el fondo de maniobra, la caja y las reglas de correspondencia de plazos. Cuando se confunde un retorno coyuntural con una estructura sostenible, el directorio pierde su brújula y traiciona la función para la cual existe: preservar el valor.
El antídoto es la disciplina doctrinaria del Gobierno Financiero del Capital. No basta con mirar el ROE ni con proyectar tendencias lineales; se trata de gobernar la arquitectura de financiamiento, sostener el ciclo de conversión del efectivo y anticipar los cambios de escala. Solo un directorio que rompe con la ilusión de continuidad y vuelve a las reglas estructurales puede garantizar que la empresa no viva de espejismos, sino de valor sostenible.
Exactamente. Hay sistemas de compensación que pagar o penalizan estas desviaciones del espíritu.
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Muy buen artículo. En todo caso yo le asignaría una cuota de incidencia en los resultados a la actitud volitiva de quién toma las decisiones. Un abrazo
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