1. Introducción. El atractivo y la ilusión del ROIC
El ROIC se ha convertido en un indicador recurrente en la literatura empresarial porque promete medir, en un solo número, la eficiencia con que la empresa transforma su beneficio operativo después de impuestos en retorno sobre el capital comprometido. Su fórmula sugiere simplicidad y precisión, y se presenta como una métrica que distingue entre negocios que crean valor y negocios que lo destruyen. Esa estética conceptual explica su difusión, pero también su uso acrítico en la alta gerencia.
El problema surge cuando el ROIC se interpreta como un juicio categórico sobre la calidad del negocio. El indicador relaciona un flujo anual con un stock de capital permanente. De esta manera, introduce una asimetría temporal. Esta asimetría pocas veces se discute. Un año de operación no expresa la productividad de un capital comprometido por varios ciclos futuros. Sin este análisis, el ROIC se convierte en un registro incompleto que distorsiona la lectura del valor económico real.
La ilusión se amplifica cuando el número se interpreta sin el contexto del ciclo financiero. Un ROIC positivo no equivale a un negocio sano, ni uno bajo implica destrucción de valor. El verdadero peligro es la complacencia ejecutiva, ya que, podría confundir una rentabilidad puntual con una estructura sólida de valor. La práctica exige tensionar el indicador, leer su arquitectura y confrontarlo con las exigencias del capital permanente. Esa es la frontera doctrinaria.
2. ROIC. Qué mide, qué oculta y por qué importa la comparación
El ROIC mide cuánto beneficio operativo después de impuestos genera la empresa por cada peso proveniente de los aportantes permanentes del capital, esto es, accionistas, acreedores de largo plazo y bonistas. El numerador es un flujo anual; el denominador, un stock de fondos permanentes. La relación es válida, pero no simétrica, ya que, el flujo vive un año; el capital vive ciclos completos. Esta diferencia temporal exige una lectura rigurosa y no meramente descriptiva.
Lo que el ROIC oculta es tan relevante como lo que muestra. Puede elevarse artificialmente por ventas no recurrentes. También puede elevarse por reducciones extremas de activos. Además, los ajustes contables no reflejan la productividad genuina. Asimismo, puede disminuir durante periodos de expansión, donde la empresa presiona el ciclo financiero para instalar capacidad futura. El indicador no distingue entre eficiencia real y decisiones tácticas que maquillan la foto. Demanda contexto, ciclo y estrategia.
El propósito doctrinario del ROIC no es medir la operación, sino tensionar el retorno obtenido contra la exigencia real del capital permanente. Esa es su función primaria, y todo otro uso es secundario o accesorio. El ROIC debe superar la tasa exigida por los aportantes para crear valor económico. Esta tasa puede ser el WACC u otra medida más representativa de la estructura real. El ROIC no evalúa la empresa. Más bien, evalúa si el flujo del año está a la altura del compromiso. Este compromiso fue asumido por los aportantes por varios ciclos futuros.
3. Limitaciones doctrinarias y riesgos para la dirección
La principal limitación aparece cuando el ROIC se usa como brújula estratégica. El ROIC no orienta la estructura de capital. Tampoco lee el ciclo de conversión del efectivo. No distingue entre caja y devengo. Además, no revela la sincronía entre ciclos operativos y ciclos de financiamiento. Es un termómetro anual, no un mapa para decidir. Convertirlo en guía estratégica induce a errores de juicio, porque interpreta la instantánea, pero nunca la dinámica estratégica del capital.
El segundo riesgo es el cortoplacismo. La presión por mejorar el ROIC puede llevar a recortes de inversión, externalizaciones prematuras o reducciones de activos críticos que elevan artificialmente el indicador, pero deterioran la capacidad competitiva futura. Un ROIC elevado puede ser el síntoma de una empresa que adelgaza su estructura, sacrificando resiliencia y proyección. La evidencia es clara, pues en muchos “buenos ROIC” precedieron pérdidas estructurales de mercado.
La tercera debilidad es que el ROIC no revela la tensión entre liquidez, deuda y fondos permanentes. Puede exhibir un retorno atractivo en un año. En este año, la empresa simultáneamente enfrenta restricciones de caja. También afronta brechas tácticas o desequilibrios entre fondo de maniobra y capital de trabajo. Desde la doctrina del Gobierno Financiero del Capital, esta es su falla más grave, pues, el ROIC describe rendimiento, por lo que la viabilidad requiere otra arquitectura.
Conclusión. Valor económico, dirección y gobierno del capital
El ROIC es un indicador útil, pero limitado. Su verdadero significado emerge únicamente cuando se compara con el costo de capital exigido por quienes sostienen los fondos permanentes. La creación de valor económico no es un porcentaje, sino una diferencia entre lo que la empresa rinde y lo que los aportantes exigen para justificar su compromiso. Esa es la frontera técnica y doctrinaria; todo lo demás es contabilidad sin criterio o narrativa sin gobierno.
El directorio debe entender que el ROIC no gobierna nada. No describe la calidad de la liquidez, no articula la estructura de capital, no mide la sostenibilidad del ciclo financiero y no revela la estabilidad del crecimiento. Un buen ROIC puede convivir con una organización frágil, sobre endeudada o mal financiada. El directorio no debe juzgar números, sino compromisos. El ROIC informa; el directorio decide.
El desafío de la alta dirección es gobernar la riqueza, no celebrarla. El ROIC mide, pero no orienta. El valor económico exige un directorio que cuestiona. Necesita un gerente que interpreta. Requiere un capital que se gobierna con arquitectura, no con entusiasmo por un indicador puntual. Esa es la exigencia real del gobierno financiero del capital.