¿Qué rol cumple realmente una mujer en el directorio?
No hablo de cuotas ni de igualdad simbólica. Hablo del gobierno real del capital. En un entorno donde las decisiones estratégicas están marcadas por la inercia patriarcal del crecimiento a cualquier costo, una mujer en el directorio —con poder efectivo y no decorativo— puede representar algo mucho más profundo: el reequilibrio del sistema de decisiones que define la supervivencia de la empresa.
Durante años he visto cómo se gestiona la liquidez, la deuda y el retorno en directorios dominados por una masculinidad financiera que valora la agresividad sobre la sustentabilidad. Se habla de performance, de leverage, de M&A, pero se omite lo que no se puede medir en Excel: los límites, los cuerpos, la ética del cuidado. Ahí, donde el directorio masculino ve un Excel sin oxígeno, la mujer puede ver la saturación de la estructura. Y detenerla. Esa pausa no es debilidad. Es gobierno.
Quienes piensan que incorporar mujeres en el gobierno corporativo es una medida estética, confunden inclusión con arquitectura. Porque cuando se discute la estructura de capital, se está definiendo mucho más que tasas o spreads: se está decidiendo quién carga el peso del apalancamiento, cómo se tensiona la caja, y hasta cuándo aguanta el sistema operativo sin fractura. Esa visión necesita otro tipo de racionalidad.
Gobierno, control y límites del capital
La función central del directorio no es crecer. Es gobernar. Y gobernar implica imponer límites. Límites a los planes de expansión cuando no hay caja, límites al gerente cuando el retorno ya no compensa el riesgo, límites al deseo del dueño cuando la empresa aún no está lista para el siguiente salto. Esta función, esencialmente política, ha sido invisibilizada por una narrativa financiera masculina centrada en indicadores de rentabilidad sin tiempo.
Diversas investigaciones empíricas (Catalyst, MSCI, Harvard Business Review) muestran que empresas con presencia femenina significativa en los directorios tienden a tomar decisiones más conservadoras en términos de riesgo financiero, mostrando menor exposición a quiebra y mayor estabilidad de caja. No porque las mujeres sean más “prudentes” por esencia, sino porque su racionalidad incorpora variables de contención, simetría y sostenibilidad.
Esto no implica que todas las mujeres deban entrar al directorio. Implica que cuando entran, deben hacerlo con una función clara: representar un vector distinto de racionalidad. Lo femenino —no en sentido biológico, sino que estructural— introduce al gobierno financiero del capital una mirada alternativa al conflicto de agencia, una sensibilidad ante el desequilibrio, y una resistencia ética al cinismo del Excel. Y eso transforma la política financiera de la empresa.
Desequilibrio financiero, agencia y perspectiva de género
El desequilibrio estructural no se ve en los estados financieros. Se ve en las decisiones que el gerente toma cuando nadie lo vigila. La teoría de agencia ya lo había advertido: si el Principal no pone límites explícitos, el Agente actúa según su propio beneficio. Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la mujer en el directorio?
Mucho. Porque la presencia femenina en los órganos de gobierno no solo modifica las decisiones visibles, sino también las conversaciones invisibles. Cambia los temas que se consideran relevantes. Introduce dimensiones como el tiempo de recuperación, el efecto organizacional del endeudamiento, la salud de los equipos, el impacto de una estructura de capital demasiado exigente sobre los procesos. Lo que no está en la hoja de cálculo, pero define si una empresa sobrevive o revienta.
En esa línea, la mujer directora —cuando entiende la lógica del flujo de caja, la tensión del fondo de maniobra y el costo de la deuda mal administrada— puede actuar como una fuerza de control sistémico, más cercana al rol de un regulador que al de un accionista. No interrumpe la rentabilidad: la hace posible en el tiempo.
Resguardos, cultura organizacional y redefinición de poder
Pero cuidado: incorporar mujeres al directorio sin cambiar la cultura organizacional es solo cosmética. El poder real no está en la silla. Está en la agenda. Si la mujer entra a opinar sobre clima laboral, mientras los hombres deciden la política de deuda, no hay transformación doctrinaria. Hay teatro.
Para que su presencia sea estructural, debe acceder a los núcleos de decisión financiera: presupuesto, apalancamiento, inversión, flujo de caja, política de dividendos. Debe entender —y poder intervenir— en el ciclo de maduración, en la definición del capital de trabajo funcional, en el diseño de escenarios de liquidez. Y debe hacerlo desde una epistemología que no copie al hombre, sino que lo contradiga cuando corresponde.
El gobierno financiero del capital necesita más que una cuota: necesita una racionalidad que incorpore el límite, el cuidado y el equilibrio como parte del poder. La mujer en el directorio, cuando actúa con ese mandato, no solo representa diversidad. Representa la posibilidad de evitar el colapso.