A juicio de Berlingeri (2009) el desarrollo científico de las finanzas corporativas debe tener como finalidad la demarcación del impacto de los comportamientos y decisiones financieras en el valor económico de la empresa. Esto establece la necesidad de fijar un target de estructura de capital a través del tiempo y dimensionar matemáticamente los momentos de ajuste de la estructura de capital actual a dicho target (Myers. 2001). Es decir, el objetivo de la teoría de la estructura de capital debe responder a la pregunta ¿qué deben hacer las firmas en materia de financiamiento para contribuir a la generación de valor? (Berlingeri. 2009). Sin embargo, cada empresa posee en su ADN su propia postura al riesgo y diferentes circunstancias estructurales de acceso a los tipos de financiamiento, lo que implica la creación de modelos normativos poderosos en contenido empírico y modelos matemáticos de fácil implementación para cada empresa en particular.
El debate de la estructura de capital se inicia el año 1958 mediante el trabajo seminal de Franco Modigliani y Merton Miller (1958) en su obra titulada “The Cost of Capital, Corporation Finance and the Theory of investment” en donde defiende la irrelevancia de la deuda para los inversionistas. A más de 50 años continúa el debate, pero no desde la teoría seminal, ya que ésta permitió el desarrollo de nuevas explicaciones al fenómeno ante anomalías que Modigliani y Miller no consideraron en sus proposiciones (Myers, 1977; Jensen, 1986; Myers y Majluf, 1984; Jensen y Meckling. 1976; DeAngelo y Massuli, 1980; Harris y Raviv. 1991; Jensen. 2005). Por otra parte, en contradicción a lo afirmado por dichos autores Brigham y Houston (2005) presentan dos razones para endeudarse:
- “Si la compañía gana más en las inversiones financiadas con préstamos que lo que paga de intereses, el rendimiento sobre el capital de los dueños crece, es decir, se apalanca.
- Al obtener fondos por medio del endeudamiento los accionistas conservan el control de la compañía a la vez que limitan la inversión.”
Por otra parte, Jensen y Smith (1984) se refieren a la necesidad de contar con una teoría normativa y una teoría positiva, al decir: “Por ejemplo, para elegir entre alternativas de estructuras financieras, un gerente quiere saber cómo las decisiones afectarán los flujos netos de caja, su riesgo, y por lo tanto, la forma en que afectan el valor de la empresa. El uso incorrecto de teorías positivas conlleva a decisiones que tienen resultados inesperados y por tanto, no deseados” (p.2). De igual modo, las teorías presentan debilidades en los modelos heurísticos (Lawson, 2004; De Scheemaekere, 2009) y supuestos (Lakatos, 1974; Dybvig y Zender, 1991; Myers, 2001; Loreto, 2005; Berlingeri, 2009; Miglio, 2010; Sánchez-Vial, 2010) que conlleva a resultados contradictorios e insuficientes (Maquieira, C. et al., 2007), lo que impide validar una teoría como robusta.
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La estructura financiera afecta la liquidez y por tanto el rendimiento. La estructura financiera apalanca la rentabilidad, por tanto, impacta en las expectativas del mercado de capitales, en los accionistas, directores financieros, acreedores, así como a los competidores de las empresas. Es evidente que los bancos y entidades de crédito prefieren a las empresas con una estructura de capital que asegure el regreso de los fondos prestados y su ganancia. Esto significa que su estudio y construcción teórica presenta beneficios a una variada gama de agentes. También existen otros beneficios que ameritan los esfuerzos a su investigación. Cuatro son los beneficios, a saber: teórico-metodológicos, administrador financiero, investigación-publicaciones y docencia.